Revista de Cultura
Miércoles 12 de diciembre de 2012
Para grandes lectores
Un género como el de la literatura infantil se revitalizó con propuestas que desafían el canon tradicional y estético.
POR Osvaldo Aguirre
RENOVACION. Expansión de uno de los géneros más importantes en la industria editorial.
Un espacio creciente en las librerías. Pequeñas editoriales, con proyectos innovadores. Autores que hacen menos caso de los mandatos del canon escolar. Estos principios podrían componer la fórmula de la renovación que atraviesa el campo de la literatura infantil y juvenil en la Argentina, uno de los más importantes en la industria editorial.
Gloria
Rodrigué, editora de La Brujita de Papel, plantea que la expansión del
género se produce en un área que estaba inexplorada. “Las grandes
editoriales hacían un tipo de libro que funcionaba bien apoyado por el
aparato de promoción en los colegios. El libro mejor presentado, de tapa
dura, bien ilustrado, estaba un poco descuidado y se compraba mucho de
afuera, sobre todo de España. Cuando empezamos La Brujita, en 2006, fue
con la idea de hacer ese tipo de libros”, cuenta.
Evidentemente, agrega Rodrigué, “no sólo nosotros tuvimos esa idea, sino que hubo otros editores pequeños que empezaron a surgir, en estos últimos siete, ocho años con libros muy bien hechos, bien elegidos, y eso produjo un cambio en las librerías”. El cuarto propio de la literatura infantil y juvenil también se explica por sus condiciones de venta: “El libro infantil requiere un espacio, y además más profesionalización. El padre, el maestro, necesitan que el librero sepa y esté informado, porque en general van y preguntan. El adulto mira la mesa y elige, lee la crítica”.
No alcanza con poner el libro en exhibición. La venta del libro infantil, dice Rodrigué, “funciona por mediadores de lectura: los profesores en los colegios, los libreros, los cuentacuentos, los mismos autores que cuentan sus libros en una clase, en una biblioteca”. Los títulos que proponen rupturas necesitan sobre todo de esas mediaciones. La editora de La Brujita de Papel pone como ejemplo Nube de corazón , “un libro totalmente incorrecto de Cecilia Pisos” que propone un desenlace escatológico para un cuento de princesas: “Nos cuesta mucho venderlo. A veces la gente se enoja”. Pero Rodrigué no pierde el humor: “Con Cecilia decíamos que a lo mejor nos equivocamos, que tendríamos que haberle puesto ‘El pedo de la princesa’, para que fuera más directo”, dice.
Un mundo nuevo
“Lo nuevo en literatura infantil y juvenil es difícil de encontrar porque se trata de ingresar en el mundo de los niños y poder ver, a través de sus ojos, aquello que sorprende”, dice Clara Huffmann, la editora de Pípala. La colección de libros infantiles de Adriana Hidalgo busca “cuentos que se salgan de la norma” tanto en las historias como en su estética, “apartándonos de lo que se entiende como ilustraciones netamente infantiles”. Pípala “tiene como intención ampliar el concepto de lo que se considera infantil, desafiar los límites, desafiar al lector, proponerle lecturas alternativas”, destaca Huffmann. Los guardianes de esas fronteras son los adultos: “Hay ciertos preconceptos sobre lo que debería o no ser la literatura infantil. Por no entrar en la fórmula clásica infantil –con enseñanzas, ilustraciones de colores brillantes, finales previsibles–, se piensa que un niño tal vez no vaya a entender. Esta incapacidad tiene más que ver con una mirada prejuiciosa adulta que con la capacidad de los niños”.
Don Galindo y el Tornado, libro que surgió en colaboración entre el escritor argentino Gastón Ganza y el ilustrador español Raúl Nieto Guridi, puede ejemplificar la búsqueda de la colección. “Entre los dos lograron crear un idioma común, una esencia muy especial y única para narrar una historia disparatada, que bordea el sinsentido, y que concluye con un Manifiesto que, de alguna manera, sintetiza el espíritu que guió todo el proceso creativo que transitaron los autores”, apunta Huffmann.
Aerolitos, la serie más reciente de literatura infantil, revaloriza a los pequeños lectores para cuestionar las imposiciones de la industria. “Es una colección para niños pequeños. Y para nosotros, los niños pequeños son grandes lectores. Lectores de imágenes, sonidos, ritmos y metáforas”, dice Juan Lima, codirector con María Emilia López.
La colección de Capital Intelectual publica relatos, historias sin texto, canciones e historietas, “sin formatos rígidos, sin presiones editoriales, pensada con la intención de trascender cualquier mediación didáctica y dispuesta a imantar empáticamente lectores adultos”, afirma Lima. Sus libros quieren caer “como una piedra encendida en el jardín de la buena literatura infantil”.
Juan Lima propone una síntesis del fenómeno: “La renovación del género se fue construyendo en la última década a partir de pequeños emprendimientos editoriales que problematizaron el canon, relativizaron el mandato de marketing, corrieron gradualmente los límites impuestos por las editoriales clásicas y por la estrechez escolarizante de los finales unívocos”. De esa forma “fueron creándose otras posibilidades de lectura donde el vínculo entre palabra e imagen deja de ser un componente decorativo”. Como efecto, “una miríada de ferias, concursos, boletines, blogs, seminarios, talleres, posgrados y hasta una oferta creciente de nuevas carreras académicas focalizadas en la literatura infantil, nos hablan de la vitalidad del género y de las nuevas posibilidades de imaginar un libro para chicos”.
Evidentemente, agrega Rodrigué, “no sólo nosotros tuvimos esa idea, sino que hubo otros editores pequeños que empezaron a surgir, en estos últimos siete, ocho años con libros muy bien hechos, bien elegidos, y eso produjo un cambio en las librerías”. El cuarto propio de la literatura infantil y juvenil también se explica por sus condiciones de venta: “El libro infantil requiere un espacio, y además más profesionalización. El padre, el maestro, necesitan que el librero sepa y esté informado, porque en general van y preguntan. El adulto mira la mesa y elige, lee la crítica”.
No alcanza con poner el libro en exhibición. La venta del libro infantil, dice Rodrigué, “funciona por mediadores de lectura: los profesores en los colegios, los libreros, los cuentacuentos, los mismos autores que cuentan sus libros en una clase, en una biblioteca”. Los títulos que proponen rupturas necesitan sobre todo de esas mediaciones. La editora de La Brujita de Papel pone como ejemplo Nube de corazón , “un libro totalmente incorrecto de Cecilia Pisos” que propone un desenlace escatológico para un cuento de princesas: “Nos cuesta mucho venderlo. A veces la gente se enoja”. Pero Rodrigué no pierde el humor: “Con Cecilia decíamos que a lo mejor nos equivocamos, que tendríamos que haberle puesto ‘El pedo de la princesa’, para que fuera más directo”, dice.
Un mundo nuevo
“Lo nuevo en literatura infantil y juvenil es difícil de encontrar porque se trata de ingresar en el mundo de los niños y poder ver, a través de sus ojos, aquello que sorprende”, dice Clara Huffmann, la editora de Pípala. La colección de libros infantiles de Adriana Hidalgo busca “cuentos que se salgan de la norma” tanto en las historias como en su estética, “apartándonos de lo que se entiende como ilustraciones netamente infantiles”. Pípala “tiene como intención ampliar el concepto de lo que se considera infantil, desafiar los límites, desafiar al lector, proponerle lecturas alternativas”, destaca Huffmann. Los guardianes de esas fronteras son los adultos: “Hay ciertos preconceptos sobre lo que debería o no ser la literatura infantil. Por no entrar en la fórmula clásica infantil –con enseñanzas, ilustraciones de colores brillantes, finales previsibles–, se piensa que un niño tal vez no vaya a entender. Esta incapacidad tiene más que ver con una mirada prejuiciosa adulta que con la capacidad de los niños”.
Don Galindo y el Tornado, libro que surgió en colaboración entre el escritor argentino Gastón Ganza y el ilustrador español Raúl Nieto Guridi, puede ejemplificar la búsqueda de la colección. “Entre los dos lograron crear un idioma común, una esencia muy especial y única para narrar una historia disparatada, que bordea el sinsentido, y que concluye con un Manifiesto que, de alguna manera, sintetiza el espíritu que guió todo el proceso creativo que transitaron los autores”, apunta Huffmann.
Aerolitos, la serie más reciente de literatura infantil, revaloriza a los pequeños lectores para cuestionar las imposiciones de la industria. “Es una colección para niños pequeños. Y para nosotros, los niños pequeños son grandes lectores. Lectores de imágenes, sonidos, ritmos y metáforas”, dice Juan Lima, codirector con María Emilia López.
La colección de Capital Intelectual publica relatos, historias sin texto, canciones e historietas, “sin formatos rígidos, sin presiones editoriales, pensada con la intención de trascender cualquier mediación didáctica y dispuesta a imantar empáticamente lectores adultos”, afirma Lima. Sus libros quieren caer “como una piedra encendida en el jardín de la buena literatura infantil”.
Juan Lima propone una síntesis del fenómeno: “La renovación del género se fue construyendo en la última década a partir de pequeños emprendimientos editoriales que problematizaron el canon, relativizaron el mandato de marketing, corrieron gradualmente los límites impuestos por las editoriales clásicas y por la estrechez escolarizante de los finales unívocos”. De esa forma “fueron creándose otras posibilidades de lectura donde el vínculo entre palabra e imagen deja de ser un componente decorativo”. Como efecto, “una miríada de ferias, concursos, boletines, blogs, seminarios, talleres, posgrados y hasta una oferta creciente de nuevas carreras académicas focalizadas en la literatura infantil, nos hablan de la vitalidad del género y de las nuevas posibilidades de imaginar un libro para chicos”.
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